Definición
Este tipo de inteligencia puede ser definido como nuestra capacidad de razonamiento formal para resolver problemas relacionados con los números y las relaciones que se pueden establecer entre ellos, así como para pensar siguiendo las reglas de la lógica.
En la Inteligencia lógico-matemática se dan la mano la matemática y la lógica porque pensar a través de ambas requiere seguir las normas de un sistema formal, desprovisto de contenidos: uno más uno es igual a dos, sean lo que sean las unidades con las que se trabaja, al igual que algo que es no puede no ser, independientemente de lo que se trate. En definitiva, estar dotados en mayor o menor medida de inteligencia lógico-matemática nos permite reconocer y predecir las conexiones causales entre las cosas que pasan (si le añado 3 unidades a estas 5, obtendré 8 porque las he sumado, etc.).
Las implicaciones que tiene para nuestra manera de pensar y actuar lo dicho anteriormente son claras. Gracias a esta inteligencia somos capaces de pensar de manera más o menos coherente, detectar regularidades en las relaciones entre las cosas y razonar lógicamente.
Se podría decir que, más allá de nuestra manera única de ver las cosas y usar el lenguaje a nuestra manera para definir las cosas que ocurren en el mundo, la inteligencia lógico-matemática nos permite abrazar unas reglas lógicas que hacen que nuestro pensamiento pueda conectar con el de los demás.
Habilidades cognitivas más allá del lenguaje
Es importante remarcar que este tipo de inteligencia no explica directamente nuestra manera de pensar en general, ni nuestro uso del lenguaje o la interpretación de la realidad propia. Estos factores dependen en gran parte de nuestra ideología y el uso del lenguaje que nos caracteriza.
La inteligencia lógico-matemática no nos sirve para cuestionando si estamos sumando el tipo de unidades que deberíamos estar sumando, por ejemplo, al igual que la lógica no nos dice qué aspectos de un problema deberíamos priorizar y resolver primero, ni cuáles deben ser nuestros objetivos. Sin embargo, una vez fijadas ciertas normas, lo que queda sí puede ser evaluable como inteligencia lógico-matemática.
Un ejemplo: cuando nos proponen un problema matemático, podemos elegir si resolverlo o no y, una vez aceptadas las normas del enunciado, podemos resolverlo bien o mal. Pero también podemos negarnos a resolver ese problema porque hacer eso no sería útil a nuestros propósitos, por el motivo que sea, o contestar mal adrede porque no aceptamos las reglas impuestas desde un inicio.
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